martes, 18 de noviembre de 2008

Luis Cernuda



"Si no te conozco, no he vivido; si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido."


Perfil de un poeta:
¿Cómo se forja y surge el genio? Sin duda tienen que darse una serie de circunstancias. Analizarlas no permite establecer conclusiones universales como si de leyes científicas se tratara. Pero pueden ayudar a comprender. Haber nacido en Sevilla, haberse movido por la magia de sus jardines, de sus patios y de sus calles estrechas, y haber recorrido sus alrededores, donde un día, de repente, es atravesado por la flecha de su destino como poeta. Pertenecer a una familia pequeñoburguesa donde se respira un ambiente de seriedad y rigidez afectiva, ser retraído y tímido, tener pocos amigos en la infancia, descubrir la poesía leyendo a Bécquer. Observar que, en el despertar sexual de la adolescencia, la atracción es hacia el propio sexo, sentirse distinto, sentirse señalado por los compañeros del instituto porque escribe versos. Cursar con desgana una carrera universitaria, empezar a conocer a grandes figuras de la literatura del momento, querer ser como ellos, leer a clásicos y modernos, publicar su primer libro de versos y encajar críticas negativas, huir de Sevilla... Todo ello sin duda crea un carácter hipersensible, especialmente receptivo con la belleza del mundo, sufriendo, pero también gozando con más intensidad que otros. Un carácter que busca más un aislamiento que le permita concentrarse en las pequeñas y grandes cosas que para otros pasan desapercibidas, pero no para los ojos del poeta, verdadero intérprete de las esencias del mundo.
En Cernuda hay dos exilios: el suyo propio con respecto a todo lo que lo rodea y el provocado por la guerra civil, que se superpondrá al primero. Su existencia es la de un conflicto permanente entre sus deseos y la realidad, entre el placer y el dolor, entre el amor —historias no duraderas, y que terminan mal— y el deseo de amar. Entre la amistad y el afecto y la decepción, el recelo y la susceptibilidad. Entre las ideas de justicia social y el desencanto de la política. Entre su elitismo y un mundo de vulgaridad que nace de la ignorancia, de la necesidad y de la miseria. Entre el recuerdo, la nostalgia y el amor a España y el rencor hacia sus paisanos. Y, sobre todo, una gran soledad. De todo ello fluye su creación, para suerte nuestra.
Su imagen, la que de él nos ha quedado en los testimonios de sus contemporáneos y en las fotografías, acusa esa expresión de seriedad, de ensimismamiento, a veces con una sonrisa melancólica, o con una sonrisa forzada, como quien se resigna a asumir las mezquindades y ofensas de la vida. En su rostro destacan unos rasgos andaluces inconfundibles, piel oscura, ojos oscuros, pómulos un tanto salientes, bigote recortado, todo ello bajo el negro pelo atezado y ceñido. Su atuendo habitual es el de un dandi, con el traje y la camisa bien planchados, buenas corbatas, botines, sombrero y guantes. Incluso alguien dijo de él que lo vio usar monóculo. Su atildamiento y elegancia se suelen interpretar como una forma de protegerse, de distanciarse. Como un escudo. Nos lo imaginamos caminando por aquella España llena de aristas, observando con estupor el desarrollo de los acontecimientos.




Jazz y literatura: CERNUDA

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