
En la foto Rafael Alberti
El exilio
León Felipe, nacido en Zamora en 1884, se dedicó desde muy joven al teatro, ocupación que le permitió recorrer toda España. En 1938, se exilia en México, donde muere treinta años más tarde.
"En marzo de 1938, cuando los bombardeos arrecian sobre Barcelona, escribe su poema Oferta, leído también públicamente. Lo completa con otras partes –escritas ya de camino a México- hasta formar El payaso de las bofetadas y el pescador de caña, del cual brinda una lectura en La Habana y otra en la capital mexicana, antes de aparecer el libro. Se incorpora a la casa de España, creación del presidente Cárdenas, junto con otros intelectuales españoles exiliados. Y en México hace entonces la posada más larga de su vida andariega: siete años. A lo largo de ellos León Felipe se ahìnca en sì mismo, recoge las congojas del éxodo y vuelve a encontrar más cercana que nunca la España esencial, de la que jamás había desertado" (1).
Guillermo de Torre, autor de numerosos trabajos críticos sobre el poeta, lo define como "nunista". La poesía nunista es una poesía íntimamente vinculada a la propia circunstancia vital y a sus infortunios. En León Felipe –creemos- el motivo fundamental y recurrente es el del desarraigo, idea que se vincula a su particular condición de desterrado, de exiliado en América.
La experiencia personales tan útil para el arte como las más abstractas condiciones metafísicas; así nos lo dice en su "Poética": "Y todo lo que hay en el mundo es mío y valedero para entrar en un poema, para alimentar una fogata". Este fuego supremo de la creación, esta hoguera prometeica y sublime tiene un propósito: el de lograr que el poeta –que el hombre, en fin- no muera del todo, no desaparezca definitivamente. "La poesía no es más que un sistema luminoso de señales –afirma-, de luces que atraerán la mirada de Dios hacia nuestra desprotegida existencia".
Los trágicos momentos vividos por un hombre obligado a ser espectador de luchas fratricidas lo llevan a la convicción de que lo único importante –y a veces, la única salida posible- es caminar, aunque también el camino deje amargas huellas en el cuerpo y en el alma: "Hay saìn en la cinta de mi sombrero, / mi bastón se ha doblado/ y en la suela de mis zapatos llevo sangre,/ llanto y tierra de muchos cementerios" (2).
León Felipe, nacido en Zamora en 1884, se dedicó desde muy joven al teatro, ocupación que le permitió recorrer toda España. En 1938, se exilia en México, donde muere treinta años más tarde.
"En marzo de 1938, cuando los bombardeos arrecian sobre Barcelona, escribe su poema Oferta, leído también públicamente. Lo completa con otras partes –escritas ya de camino a México- hasta formar El payaso de las bofetadas y el pescador de caña, del cual brinda una lectura en La Habana y otra en la capital mexicana, antes de aparecer el libro. Se incorpora a la casa de España, creación del presidente Cárdenas, junto con otros intelectuales españoles exiliados. Y en México hace entonces la posada más larga de su vida andariega: siete años. A lo largo de ellos León Felipe se ahìnca en sì mismo, recoge las congojas del éxodo y vuelve a encontrar más cercana que nunca la España esencial, de la que jamás había desertado" (1).
Guillermo de Torre, autor de numerosos trabajos críticos sobre el poeta, lo define como "nunista". La poesía nunista es una poesía íntimamente vinculada a la propia circunstancia vital y a sus infortunios. En León Felipe –creemos- el motivo fundamental y recurrente es el del desarraigo, idea que se vincula a su particular condición de desterrado, de exiliado en América.
La experiencia personales tan útil para el arte como las más abstractas condiciones metafísicas; así nos lo dice en su "Poética": "Y todo lo que hay en el mundo es mío y valedero para entrar en un poema, para alimentar una fogata". Este fuego supremo de la creación, esta hoguera prometeica y sublime tiene un propósito: el de lograr que el poeta –que el hombre, en fin- no muera del todo, no desaparezca definitivamente. "La poesía no es más que un sistema luminoso de señales –afirma-, de luces que atraerán la mirada de Dios hacia nuestra desprotegida existencia".
Los trágicos momentos vividos por un hombre obligado a ser espectador de luchas fratricidas lo llevan a la convicción de que lo único importante –y a veces, la única salida posible- es caminar, aunque también el camino deje amargas huellas en el cuerpo y en el alma: "Hay saìn en la cinta de mi sombrero, / mi bastón se ha doblado/ y en la suela de mis zapatos llevo sangre,/ llanto y tierra de muchos cementerios" (2).
En la Argentina
El 5 de noviembre de 1939, a bordo del Massilia, llegaron intelectuales españoles. Esta noticia apareció al día siguiente en el diario Noticias Gráficas: "Las medidas adoptadas contra el grupo de intelectuales y artistas españoles son de un rigorismo que sólo tratándose de peligrosos confinados se hubieran aceptado.... Un marinero nos informó que los españoles refugiados tenían orden de que nadie se aproximara a ellos y menos que se asomaran por los ojos de buey. Es lamentable lo que ha ocurrido. No sabemos ni nos interesa saber quién ha dado la orden terminante de que ese grupo de gente que representa de modos distintos a la cultura y el cerebro de España permanezca en la sombría situación de los delincuentes incomunicados" (3).
"En el Massilia iban muchos artistas, escritores y periodistas españoles. Con ellos viajaban numerosos refugiados judíos polacos e italianos. Juntos compartían la tercera clase en condiciones deplorables de hacinamiento y promiscuidad. El viaje fue largo. Ver por última vez las costas españolas fue muy triste, pero era la libertad. El grupo se integró maravillosamente, no se conocían de antes ni tenían en definitiva nada en común, salvo la guerra. Todos sintieron un profundo odio hacia la tripulación francesa que los trataba mal, y que tanto odiaban a los rojos como a los judíos. Fueron horribles las peripecias vividas a bordo ante la amenaza constante de los submarinos nazis".
La arboleda perdida
El poeta Rafael Alberti y su esposa, la escritora María Teresa León, se exiliaron en la Argentina. Perla Rotzait relata que "la vida no era fácil económicamente para los Alberti. María Teresa no podía trabajar en la radio, la televisión, el teatro ni el cine, por ‘roja’, a pesar de su amistad con Delia Garcés, quien había interpretado una película con un guión escrito por María Teresa. Pese a todas esas prohibiciones, trataba de ganarse la vida con su ingenio y capacidad. En esos momentos difíciles, Luís Peralta Ramos le rogaba –así es la amistad- que le vendiera algún icono u otro objeto que ellos habían traído de algún viaje" (4).
De esta época es la autobiografía del gaditano, quien escribe: "Y ahora, esta afiebrada tarde del 18 de noviembre de 1954, en mi cercado jardinillo de la calle Las Heras, bajo dos florecientes estrellas federales, el mareante aroma de un magnolio vecino, cuatro pobres rosales, martirizados por las hormigas, y el apretado verde de una enamorada del muro, doy comienzo a este segundo libro de mis memorias".
En julio de 1959, Rafael Alberti se ilusionó con el regreso a su tierra. Escribió en La arboleda perdida: "no sé, pero hay algo en mi país que ya tambalea, y entre nosotros, los desterrados españoles, circulan vientos que nos cantan la canción del retorno" (5). Dejaría la Argentina pensando en su Cádiz amada, pero debió recalar mucho tiempo en Roma. Finalmente, regresó a su puerto de Santa María.
En 1963, Maria Teresa León escribe la nota titulada "Soñemos con el viaje", en la que expresa: "A lo lejos nos esta esperando el itinerario previsto o tal vez la emoción de ver de nuevo la aldea que se dejo al venir o la visita a los parientes de los abuelos, que deben estar en tal lugar..., o las ciudades madres de civilizaciones ilustres o los museos donde se almacena el ingenio humano o las formas diferentes de la vida de los hombres en este mondo cane, que a veces se dulcifica en las fiestas".
Ella también parte: "A punto de tomar el avión escribí hoy, amigas mías. Es mi pañuelo en el aire. Dicen que los argentinos son viajadores. Claro. Yo sé que todas las sensaciones de liberación me están aguardando pero, como cualquier abuela al ir a tomar la diligencia o el tren, yo siento palpitar mi alma. Gracias por ello. Debe ser vuestra amistad que me despide. Hasta pronto. Antes de que suspire estaré al otro lado del mar" (6).
Exiliado gallego
El escritor Rodolfo Alonso afirma, refiriéndose a los exiliados gallegos, que "si Buenos Aires –y con ella la Argentina- hacía ya mucho tiempo que estaba recibiendo a cientos de miles de inmigrantes (obligados a abandonar una Galicia feudal y sin futuro, que no podía mantenerlos ni educarlos), a partir de la injusta derrota republicana en 1939 vería llegar otra clase de viajeros: los exiliados. Eran poetas, artistas, políticos, periodistas, científicos, universitarios, sindicalistas, editores. Que, firmemente afianzados en su colectividad, entonces mayoritariamente republicana, y reunidos alrededor de una figura ejemplar: Alfonso R. Castelao, no sólo líder político sino en realidad un humanista, durante décadas convirtieron a Buenos Aires en la auténtica capital de la cultura gallega enmudecida en su tierra por el franquismo" (7).
Arturo Cuadrado Moures evoca su juventud: "Tuve el capricho y la suerte de entregarme a la famosa generación del 98 español. Fueron mis amigos y maestros don Ramón María del Valle Inclán, don Miguel de Unamuno, don Pío y Baroja, Ortega y Gasset. Con ellos he vivido, con ellos he aprendido a luchar y también a vencer. Porque en mi generación no sabemos de derrotas, no. Hemos sufrido persecución, guerras, cárcel, exilio y todo se ha transformado en una canción".
"Luchamos unidos por la Republica de España –rememora-, los gallegos, los vascos, los catalanes –no pedíamos la superación de España, no. Queríamos la incorporación de España a Europa. Queríamos una España libre, feliz. Una España constructiva como aquella famosa generación del ’98 había levantado en sus banderas para que España fuera grande, inmortal. Era muy difícil, casi lo logramos. En 1936, en enero, yo era Secretario General de la Autonomía de Galicia. Habíamos decidido por el 90% del voto popular que Galicia quería ser libre, gobernarse por si misma. Los pueblos, como los hombres tienen el derecho de dirigir su destino. Eran días felices, había que construir una nueva España. Una España alegre, viva, con grandes maestros. Nacía la generación del año 1927, donde un grupo de jóvenes poetas –García Lorca, aquel gran poeta de España, Rafael Alberti, Pedro Salinas- se embarcaban en la misión de cantar por los pueblos de España".
"Pero el destino es implacable. En el año 1936 sube Franco, aquella tremenda traición en donde los hombres tuvieron que matar a los hombres. Surge la famosa guerra civil que duró tres años y donde han muerto casi dos millones de españoles. Nosotros, el ejército republicano, que dominábamos Madrid, Valencia y Barcelona, no teníamos fuerzas, teníamos la canción y teníamos a América. Era nuestro guía espiritual, nuestro árbol intocable, profundo y alto, don Antonio Machado. (...) desde México a Buenos Aires realizamos todos nuestros sueños, todas nuestras esperanzas, todas nuestras ilusiones, con el convencimiento de que habíamos triunfado... Ortega y Gasset nos había enseñado el camino de amar más que luchar".
Manifiesta que no desea regresar; tiene una misión que cumplir en su nueva tierra: "Volver a España, ya... ¿para qué? Aquí tengo forjado mi corazón entre amigos. Creo que la República Argentina, como el resto de América, está en un despertar, tenemos una obligación con la gente joven: ¡Cuidarlos! ¡Vigilarlos! ¡Atenderlos! Para ellos están estos corazones que llegaron del exilio español”.
Y expresa su agradecimiento hacia la Argentina: "Aquí tuvimos gente importantísima, sólo queda Rafael Alberti. Cuando nos encontramos la última vez por las calles de Madrid, los dos soñábamos con Buenos Aires. Fue alto ejemplo para la vida espiritual que dos poetas ya viejos, de 90 años, recordemos con ardor que le debemos nuestro vida, que le debemos nuestra libertad a este maravilloso pueblo argentino, al cual tenemos que exigir, pedir, que obligar a que no se duerma, a que no frivolice. Un gran futuro nos espera, el mundo entra en el momento de una gran reconstrucción, tenemos que construir, que cantar, que vivir y para eso tenemos la historia, tenemos los libros y tenemos la gran puerta que es este cielo de la Cruz del Sur que acogió a todos los poetas que habían perdido su nacionalidad para hacerlos nuevos ciudadanos en un pueblo bello, justo, alegre y con un gran destino intelectual" (8).
La "exiliada hija"
En un trabajo que integrará un volumen sobre el exilio español republicano de 1939, a publicar por la Universidad de Lérida, María Rosa Lojo se refiere al exilio de su padre y a la forma en que este fue vivido por el gallego, por su esposa madrileña y por los hijos que nacieron en la Argentina.
Sobre el padre, escribe: "El auto exiliado abandona un mundo donde cree que ya no podrá crecer humanamente, donde la violencia ha cambiado todas las reglas del juego para instalar un nuevo orden al que se siente ajeno. No lo sabe aún, pero de todas formas quedará cautivo de la tierra que deja. Antonio Lojo Ventoso, mi padre, era uno de esos exiliados. Para él ya había pasado lo peor: el riesgo de fusilamiento, la cárcel, la ‘redención de penas por el trabajo’. Sin embargo, se despidió de los castañares centenarios y los caminos de piedra. Cedió a un hermano sus derechos sobre las fincas que le tocaban –magras por cierto, como miembro de una familia numerosa-, hizo las valijas y cruzo el océano. Dejaba irremediablemente truncos los estudios que había iniciado cuando el mundo era otro, el sueño de convertirse en oficial de la Marina de la Republica. Dejaba negocios equivocados y proyectos irrealizables. Dejaba también (aunque de eso me enteré después de su muerte: era un hombre pudoroso) una cierta reputación juvenil de ‘mala cabeza’, y de play boy coruñès, que fascinaba a las muchachitas y escandalizaba a sus madres. Dejaba una España que para sus ojos había retrocedido siglos en el tiempo, donde no cabía la dimensión de su deseo. El futuro estaba afuera. Había resuelto que en las nuevas tierras haría otra cosa, y seria, casi, otra persona" (9).
La escritora nos dijo en un reportaje: "En casa se hablaba de España como del ‘paraíso perdido’, al que mis padres siempre quisieron regresar" (10). Los españoles que presenta en Canción perdida en Buenos Aires al oeste sufrían el desarraigo que los acompañaría hasta el final de sus días. Dice la narradora que, en su hogar argentino, "era el sol de la casa nativa que iluminaba sus rostros. Los rasgos de mi madre, silenciosos y bellos, como una estampa antigua; los ojos de mi padre, tristes de mar, empañados de tiempo recorrido. La mesa del domingo, cuando comíamos callados y mi padre, sólo mi padre recitaba, tácitamente, como para sí: ‘Donde yo me he criado...’ Y ya no escuchábamos; lo demás se perdía en la bruma nebulosa de un mito siempre repetido, desesperado y patético como una plegaria inútil. La única plegaria que papá se permitía decir" (11).
El exiliado planto un castaño en la nueva tierra: "Mi padre no solamente intentó compensar con imágenes míticas la llamada ‘pérdida de los objetos tangibles’. El, que no creía en Dios, creía en los árboles. Como lo hiciera Rafael Alberti, fuimos a vivir a Castelar, donde había muchos, y las casas tenían (y tienen aún hoy) amplios jardines. En el parque trasero de la nuestra ya había un ciruelo, y varios árboles frutales. Pero mi padre plantó, también, un joven castaño. Era su árbol fundador, después de todo, un verdadero ‘árbol madre’, árbol de la vida, árbol del mundo, eje cósmico capaz de abastecer las necesidades de toda una familia, y por extensión, de la especie humana. En sus hojas rejuvenecía, cada primavera, la esperanza del reencuentro. Pero los castaños no se avienen con el clima de Buenos Aires: los frutos eran muy malos, casi raquíticos, ni siquiera valía la pena extraerlos de su coraza puntiaguda. Sin embargo el castaño dio otro fruto mejor y más esperado" (12).
Cuenta la hija lo que sucedió con ese árbol, símbolo de un anhelo "Cuando ya mi padre había muerto pude, por fin, ‘volver’ a la tierra que yo aún no conocía y donde él no llegó a retornar nunca. A mi regreso, el castaño comenzó a morir, irremediable y violento. En un mes se había secado de la copa a las raíces. Comprendí que simplemente daba por cumplida su misión terrena, que siempre había estado allí sólo para encarnar la fuerza del deseo, la poderosa pulsión de la nostalgia, el primer mandamiento que se le impone al exiliado hijo".
.....
El exilio, tan doloroso, quedó plasmado en las páginas de estos escritores, que nos muestran una faceta de la historia española que tuvo a nuestro país como escenario.
Notas
1. Felipe, León: Antología rota. Con epílogo de Guillermo de Torre. Buenos Aires, Losada, 1974.
2. Torre, Guillermo de: "epílogo", en Felipe, León: Antología rota. Buenos Aires, Losada, 1974.
3. Schwarsztein, Dora: "La llegada de los republicanos españoles a la Argentina", en Estudios Migratorios Latinoamericanos, Nº 37, CEMLA, Buenos Aires, 1997.
4. Barón Supervielle, Odile: "Alberti en Buenos Aires", en La Nación, Buenos Aires, 8 de diciembre de 2002.
5. Alberti, Rafael: La arboleda perdida. Barcelona, Bruguera, 1980.
6. León, María Teresa: "Soñemos con el viaje", en Mucho Gusto , Nª 203. Buenos Aires, septiembre de 1963.
7. Alonso, Rodolfo: "La Galicia del Plata", en El Tiempo, Azul, 1º de diciembre de 2002.
8. S/F: "Esa magnífica legión de viejos", en Revista Mayores, Año II, Nº 11, 1994.
9. Lojo, María Rosa: "Mínima autobiografía de una ‘exiliada hija’ ", en Revista Digital Sitio Al Margen. Noviembre de 2002.
10. González Rouco, Maria: "Maria Rosa Lojo: la inmigración gallega", en El Tiempo, Azul, 17 de marzo de 1991.
11. Lojo, Maria Rosa: Canción perdida en Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero Editor, 1987.
12. Lojo, María Rosa: "Mínima autobiografía de una ‘exiliada hija’ ", en
El 5 de noviembre de 1939, a bordo del Massilia, llegaron intelectuales españoles. Esta noticia apareció al día siguiente en el diario Noticias Gráficas: "Las medidas adoptadas contra el grupo de intelectuales y artistas españoles son de un rigorismo que sólo tratándose de peligrosos confinados se hubieran aceptado.... Un marinero nos informó que los españoles refugiados tenían orden de que nadie se aproximara a ellos y menos que se asomaran por los ojos de buey. Es lamentable lo que ha ocurrido. No sabemos ni nos interesa saber quién ha dado la orden terminante de que ese grupo de gente que representa de modos distintos a la cultura y el cerebro de España permanezca en la sombría situación de los delincuentes incomunicados" (3).
"En el Massilia iban muchos artistas, escritores y periodistas españoles. Con ellos viajaban numerosos refugiados judíos polacos e italianos. Juntos compartían la tercera clase en condiciones deplorables de hacinamiento y promiscuidad. El viaje fue largo. Ver por última vez las costas españolas fue muy triste, pero era la libertad. El grupo se integró maravillosamente, no se conocían de antes ni tenían en definitiva nada en común, salvo la guerra. Todos sintieron un profundo odio hacia la tripulación francesa que los trataba mal, y que tanto odiaban a los rojos como a los judíos. Fueron horribles las peripecias vividas a bordo ante la amenaza constante de los submarinos nazis".
La arboleda perdida
El poeta Rafael Alberti y su esposa, la escritora María Teresa León, se exiliaron en la Argentina. Perla Rotzait relata que "la vida no era fácil económicamente para los Alberti. María Teresa no podía trabajar en la radio, la televisión, el teatro ni el cine, por ‘roja’, a pesar de su amistad con Delia Garcés, quien había interpretado una película con un guión escrito por María Teresa. Pese a todas esas prohibiciones, trataba de ganarse la vida con su ingenio y capacidad. En esos momentos difíciles, Luís Peralta Ramos le rogaba –así es la amistad- que le vendiera algún icono u otro objeto que ellos habían traído de algún viaje" (4).
De esta época es la autobiografía del gaditano, quien escribe: "Y ahora, esta afiebrada tarde del 18 de noviembre de 1954, en mi cercado jardinillo de la calle Las Heras, bajo dos florecientes estrellas federales, el mareante aroma de un magnolio vecino, cuatro pobres rosales, martirizados por las hormigas, y el apretado verde de una enamorada del muro, doy comienzo a este segundo libro de mis memorias".
En julio de 1959, Rafael Alberti se ilusionó con el regreso a su tierra. Escribió en La arboleda perdida: "no sé, pero hay algo en mi país que ya tambalea, y entre nosotros, los desterrados españoles, circulan vientos que nos cantan la canción del retorno" (5). Dejaría la Argentina pensando en su Cádiz amada, pero debió recalar mucho tiempo en Roma. Finalmente, regresó a su puerto de Santa María.
En 1963, Maria Teresa León escribe la nota titulada "Soñemos con el viaje", en la que expresa: "A lo lejos nos esta esperando el itinerario previsto o tal vez la emoción de ver de nuevo la aldea que se dejo al venir o la visita a los parientes de los abuelos, que deben estar en tal lugar..., o las ciudades madres de civilizaciones ilustres o los museos donde se almacena el ingenio humano o las formas diferentes de la vida de los hombres en este mondo cane, que a veces se dulcifica en las fiestas".
Ella también parte: "A punto de tomar el avión escribí hoy, amigas mías. Es mi pañuelo en el aire. Dicen que los argentinos son viajadores. Claro. Yo sé que todas las sensaciones de liberación me están aguardando pero, como cualquier abuela al ir a tomar la diligencia o el tren, yo siento palpitar mi alma. Gracias por ello. Debe ser vuestra amistad que me despide. Hasta pronto. Antes de que suspire estaré al otro lado del mar" (6).
Exiliado gallego
El escritor Rodolfo Alonso afirma, refiriéndose a los exiliados gallegos, que "si Buenos Aires –y con ella la Argentina- hacía ya mucho tiempo que estaba recibiendo a cientos de miles de inmigrantes (obligados a abandonar una Galicia feudal y sin futuro, que no podía mantenerlos ni educarlos), a partir de la injusta derrota republicana en 1939 vería llegar otra clase de viajeros: los exiliados. Eran poetas, artistas, políticos, periodistas, científicos, universitarios, sindicalistas, editores. Que, firmemente afianzados en su colectividad, entonces mayoritariamente republicana, y reunidos alrededor de una figura ejemplar: Alfonso R. Castelao, no sólo líder político sino en realidad un humanista, durante décadas convirtieron a Buenos Aires en la auténtica capital de la cultura gallega enmudecida en su tierra por el franquismo" (7).
Arturo Cuadrado Moures evoca su juventud: "Tuve el capricho y la suerte de entregarme a la famosa generación del 98 español. Fueron mis amigos y maestros don Ramón María del Valle Inclán, don Miguel de Unamuno, don Pío y Baroja, Ortega y Gasset. Con ellos he vivido, con ellos he aprendido a luchar y también a vencer. Porque en mi generación no sabemos de derrotas, no. Hemos sufrido persecución, guerras, cárcel, exilio y todo se ha transformado en una canción".
"Luchamos unidos por la Republica de España –rememora-, los gallegos, los vascos, los catalanes –no pedíamos la superación de España, no. Queríamos la incorporación de España a Europa. Queríamos una España libre, feliz. Una España constructiva como aquella famosa generación del ’98 había levantado en sus banderas para que España fuera grande, inmortal. Era muy difícil, casi lo logramos. En 1936, en enero, yo era Secretario General de la Autonomía de Galicia. Habíamos decidido por el 90% del voto popular que Galicia quería ser libre, gobernarse por si misma. Los pueblos, como los hombres tienen el derecho de dirigir su destino. Eran días felices, había que construir una nueva España. Una España alegre, viva, con grandes maestros. Nacía la generación del año 1927, donde un grupo de jóvenes poetas –García Lorca, aquel gran poeta de España, Rafael Alberti, Pedro Salinas- se embarcaban en la misión de cantar por los pueblos de España".
"Pero el destino es implacable. En el año 1936 sube Franco, aquella tremenda traición en donde los hombres tuvieron que matar a los hombres. Surge la famosa guerra civil que duró tres años y donde han muerto casi dos millones de españoles. Nosotros, el ejército republicano, que dominábamos Madrid, Valencia y Barcelona, no teníamos fuerzas, teníamos la canción y teníamos a América. Era nuestro guía espiritual, nuestro árbol intocable, profundo y alto, don Antonio Machado. (...) desde México a Buenos Aires realizamos todos nuestros sueños, todas nuestras esperanzas, todas nuestras ilusiones, con el convencimiento de que habíamos triunfado... Ortega y Gasset nos había enseñado el camino de amar más que luchar".
Manifiesta que no desea regresar; tiene una misión que cumplir en su nueva tierra: "Volver a España, ya... ¿para qué? Aquí tengo forjado mi corazón entre amigos. Creo que la República Argentina, como el resto de América, está en un despertar, tenemos una obligación con la gente joven: ¡Cuidarlos! ¡Vigilarlos! ¡Atenderlos! Para ellos están estos corazones que llegaron del exilio español”.
Y expresa su agradecimiento hacia la Argentina: "Aquí tuvimos gente importantísima, sólo queda Rafael Alberti. Cuando nos encontramos la última vez por las calles de Madrid, los dos soñábamos con Buenos Aires. Fue alto ejemplo para la vida espiritual que dos poetas ya viejos, de 90 años, recordemos con ardor que le debemos nuestro vida, que le debemos nuestra libertad a este maravilloso pueblo argentino, al cual tenemos que exigir, pedir, que obligar a que no se duerma, a que no frivolice. Un gran futuro nos espera, el mundo entra en el momento de una gran reconstrucción, tenemos que construir, que cantar, que vivir y para eso tenemos la historia, tenemos los libros y tenemos la gran puerta que es este cielo de la Cruz del Sur que acogió a todos los poetas que habían perdido su nacionalidad para hacerlos nuevos ciudadanos en un pueblo bello, justo, alegre y con un gran destino intelectual" (8).
La "exiliada hija"
En un trabajo que integrará un volumen sobre el exilio español republicano de 1939, a publicar por la Universidad de Lérida, María Rosa Lojo se refiere al exilio de su padre y a la forma en que este fue vivido por el gallego, por su esposa madrileña y por los hijos que nacieron en la Argentina.
Sobre el padre, escribe: "El auto exiliado abandona un mundo donde cree que ya no podrá crecer humanamente, donde la violencia ha cambiado todas las reglas del juego para instalar un nuevo orden al que se siente ajeno. No lo sabe aún, pero de todas formas quedará cautivo de la tierra que deja. Antonio Lojo Ventoso, mi padre, era uno de esos exiliados. Para él ya había pasado lo peor: el riesgo de fusilamiento, la cárcel, la ‘redención de penas por el trabajo’. Sin embargo, se despidió de los castañares centenarios y los caminos de piedra. Cedió a un hermano sus derechos sobre las fincas que le tocaban –magras por cierto, como miembro de una familia numerosa-, hizo las valijas y cruzo el océano. Dejaba irremediablemente truncos los estudios que había iniciado cuando el mundo era otro, el sueño de convertirse en oficial de la Marina de la Republica. Dejaba negocios equivocados y proyectos irrealizables. Dejaba también (aunque de eso me enteré después de su muerte: era un hombre pudoroso) una cierta reputación juvenil de ‘mala cabeza’, y de play boy coruñès, que fascinaba a las muchachitas y escandalizaba a sus madres. Dejaba una España que para sus ojos había retrocedido siglos en el tiempo, donde no cabía la dimensión de su deseo. El futuro estaba afuera. Había resuelto que en las nuevas tierras haría otra cosa, y seria, casi, otra persona" (9).
La escritora nos dijo en un reportaje: "En casa se hablaba de España como del ‘paraíso perdido’, al que mis padres siempre quisieron regresar" (10). Los españoles que presenta en Canción perdida en Buenos Aires al oeste sufrían el desarraigo que los acompañaría hasta el final de sus días. Dice la narradora que, en su hogar argentino, "era el sol de la casa nativa que iluminaba sus rostros. Los rasgos de mi madre, silenciosos y bellos, como una estampa antigua; los ojos de mi padre, tristes de mar, empañados de tiempo recorrido. La mesa del domingo, cuando comíamos callados y mi padre, sólo mi padre recitaba, tácitamente, como para sí: ‘Donde yo me he criado...’ Y ya no escuchábamos; lo demás se perdía en la bruma nebulosa de un mito siempre repetido, desesperado y patético como una plegaria inútil. La única plegaria que papá se permitía decir" (11).
El exiliado planto un castaño en la nueva tierra: "Mi padre no solamente intentó compensar con imágenes míticas la llamada ‘pérdida de los objetos tangibles’. El, que no creía en Dios, creía en los árboles. Como lo hiciera Rafael Alberti, fuimos a vivir a Castelar, donde había muchos, y las casas tenían (y tienen aún hoy) amplios jardines. En el parque trasero de la nuestra ya había un ciruelo, y varios árboles frutales. Pero mi padre plantó, también, un joven castaño. Era su árbol fundador, después de todo, un verdadero ‘árbol madre’, árbol de la vida, árbol del mundo, eje cósmico capaz de abastecer las necesidades de toda una familia, y por extensión, de la especie humana. En sus hojas rejuvenecía, cada primavera, la esperanza del reencuentro. Pero los castaños no se avienen con el clima de Buenos Aires: los frutos eran muy malos, casi raquíticos, ni siquiera valía la pena extraerlos de su coraza puntiaguda. Sin embargo el castaño dio otro fruto mejor y más esperado" (12).
Cuenta la hija lo que sucedió con ese árbol, símbolo de un anhelo "Cuando ya mi padre había muerto pude, por fin, ‘volver’ a la tierra que yo aún no conocía y donde él no llegó a retornar nunca. A mi regreso, el castaño comenzó a morir, irremediable y violento. En un mes se había secado de la copa a las raíces. Comprendí que simplemente daba por cumplida su misión terrena, que siempre había estado allí sólo para encarnar la fuerza del deseo, la poderosa pulsión de la nostalgia, el primer mandamiento que se le impone al exiliado hijo".
.....
El exilio, tan doloroso, quedó plasmado en las páginas de estos escritores, que nos muestran una faceta de la historia española que tuvo a nuestro país como escenario.
Notas
1. Felipe, León: Antología rota. Con epílogo de Guillermo de Torre. Buenos Aires, Losada, 1974.
2. Torre, Guillermo de: "epílogo", en Felipe, León: Antología rota. Buenos Aires, Losada, 1974.
3. Schwarsztein, Dora: "La llegada de los republicanos españoles a la Argentina", en Estudios Migratorios Latinoamericanos, Nº 37, CEMLA, Buenos Aires, 1997.
4. Barón Supervielle, Odile: "Alberti en Buenos Aires", en La Nación, Buenos Aires, 8 de diciembre de 2002.
5. Alberti, Rafael: La arboleda perdida. Barcelona, Bruguera, 1980.
6. León, María Teresa: "Soñemos con el viaje", en Mucho Gusto , Nª 203. Buenos Aires, septiembre de 1963.
7. Alonso, Rodolfo: "La Galicia del Plata", en El Tiempo, Azul, 1º de diciembre de 2002.
8. S/F: "Esa magnífica legión de viejos", en Revista Mayores, Año II, Nº 11, 1994.
9. Lojo, María Rosa: "Mínima autobiografía de una ‘exiliada hija’ ", en Revista Digital Sitio Al Margen. Noviembre de 2002.
10. González Rouco, Maria: "Maria Rosa Lojo: la inmigración gallega", en El Tiempo, Azul, 17 de marzo de 1991.
11. Lojo, Maria Rosa: Canción perdida en Buenos Aires al oeste. Buenos Aires, Torres Agüero Editor, 1987.
12. Lojo, María Rosa: "Mínima autobiografía de una ‘exiliada hija’ ", en
El exilio literario español (México)
Una característica sobresaliente de la composición del exilio español en México, es el gran número de intelectuales que responde a la generosa hospitalidad del Gral. Lázaro Cárdenas y del pueblo mexicano, con su valiosa y enriquecedora aportación a la cultura nacional. Ciertamente muchos de ellos -los mayores- llegaban ya con una trayectoria intelectual destacada y una obra consolidada, que no sólo continuaron en el país que les dio cobijo, sino que además contribuyeron activamente a enriquecer el panorama cultural mexicano.
Figuras literarias como Manuel Altolaguirre, José Bergamín, Luis Cernuda, Ernestina de Champourcín, Emilio Prados, Juan Rejano, entre otros, se incorporaron a diversas plataformas culturales del país, tanto en revistas (Taller, Romance, Letras de México, Cuadernos Americanos, El Hijo Pródigo) como en editoriales o instituciones educativas, en las que mexicanos y españoles colaboraron conjuntamente. Los más jóvenes, después de un complicado periodo de adaptación, inician y consolidan su actividad creativa e intelectual, que se verá reflejada en una vastísima producción de gran calidad literaria. A este grupo pertenecen -entre otros- Manuel Andujar, Max Aub, José Herrera Petere, Adolfo Sánchez Vázquez y Paco Ignacio Taibo I., quienes realizaron en México prácticamente toda su obra, y se integraron a diversas actividades académicas y culturales del país. Por último, hay también un grupo de escritores que constituyen la llamada “Segunda Generación”: se trata de hijos de exiliados que llegaron a México siendo niños y que se encontraban en la paradójica situación de no sentirse plenamente españoles ni plenamente integrados a la tierra mexicana, esperando un regreso que tardaría mucho en poder ser efectivo. Entre ellos destacan César Rodríguez Chicharro, Luis Rius, Federico Patán, Tomás Segovia, Ramón Xirau y muchos más, cuya contribución brillante en diversas disciplinas, ha dejado muestras evidentes de su trabajo y profesionalismo en el plano universitario, cultural y humano.
El tema del exilio español republicano, cuenta ya con una bibliografía importante que comprende desde síntesis o interpretaciones generales, hasta aspectos particulares (la poesía, la novela, el teatro, el ensayo), o bien, estudios monográficos sobre determinados autores. El valor de un diccionario, cualquiera que sea el campo del saber que pretenda cubrir, es ante todo informativo. Y, en este sentido, el Diccionario de escritores mexicanos. Siglo XX ha contribuido con su aportación bibliohemerográfica a enriquecer la información sobre los autores españoles exiliados en México. Muchos de ellos -como anteriormente señalamos- no sólo radicaron definitivamente en México, sino que además aquí produjeron su obra intelectual, razón por la cual los hemos considerado dentro de nuestro Diccionario, como autores pertenecientes, sin lugar a dudas, al panorama literario y cultural mexicano. Sin embargo, cuando comenzamos la redacción del Diccionario, no fue una tarea fácil recabar datos precisos de muchos escritores exiliados, pues gran parte del material bibliohemerográfico se encontraba disperso, ya sea en revistas que fundaron ellos mismos, pero que eran difíciles de conseguir, o en algunas instituciones con las que tuvieron alguna relación, y en las que había que determinar con bastante exactitud dicho vínculo para obtener la información deseada. Las revistas literarias que los exiliados españoles publicaron en México, a partir de 1940, constituían un intento ambicioso de elaborar un amplio contenido temático con un notable diseño tipográfico. También los escritores españoles publicaban en revistas literarias mexicanas que los acogieron ampliamente; revistas como Letras de México, Taller, Rueca y El Hijo Pródigo, principalmente, fueron espacios dónde muchos de ellos expresaron, junto con los escritores mexicanos, sus vocaciones literarias. El Diccionario se ha abocado a la tarea de revisar minuciosamente, en la medida de lo posible, todas estas revistas en un afán de rescate hemerográfico y, por tanto, de reconstrucción histórica de espacios literarios tan relevantes como la revista Romance, España Peregrina, Ultramar, Litoral y Las Españas, y las revistas de los jóvenes españoles como Clavileño y Segrel, entre otras. A través de esta cuidadosa revisión se ha podido enriquecer la información bibliohemerográfica de cada uno de ellos, cuyos resultados han producido estudios de especialistas mexicanos y españoles, los cuales han viajado expresamente a México para, con ayuda del Diccionario, llevar a cabo sus investigaciones sobre el exilio literario.
Debido a la diversidad de géneros, tendencias y estilos que caracteriza a la vasta obra de nuestros escritores exiliados, es prácticamente imposible clasificarlos, pues el único criterio unificador de todos ellos, es el hecho de compartir tierra de exilio. Dada la dispersión en que se hallaban las noticias biográficas y críticas sobre algunos autores exiliados, esparcidas en obras de consulta de carácter general (Diccionarios, Antologías, Enciclopedias, etc.) como en publicaciones periódicas (diarios, suplementos, y revistas), nos vimos en la necesidad de hacer un búsqueda cotidiana de información para la elaboración de las fichas de autor. Sin embargo, mediante la clasificación de fichas bibliohemerográficas, el Diccionario ha logrado clasificar su obra de acuerdo con los siguientes criterios: alfabético, genérico y cronológico. El proceso de investigación es el mismo que se emplea para todos los escritores mexicanos incluidos en el Diccionario: revisión de libros y publicaciones periódicas para obtener información biográfica y bibliohemerográfica, búsqueda de información para realizar la síntesis biográfica y crítica, y lectura de algunas de sus obras y de fuentes secundarias para la redacción definitiva de cada ficha de autor. Ésta última se compone de biografía y características temáticas de la obra, bibliografía en orden alfabético de géneros (cuento, ensayo, novela, poesía, teatro y traducción), tanto en libros como en hemerografía y referencias críticas en orden alfabético de críticos y de escritores que escriben sobre el autor estudiado. Por otro lado, hemos acudido a las instituciones en las que muchos de ellos dejaron huella como el Ateneo Español, El Colegio de México, y el Fondo Eulalio Ferrer, para consultar sus acervos y ampliar nuestra información, así como para proporcionarles -a manera de intercambio- material inédito de reciente investigación. En este mismo sentido, hemos establecido contacto con instituciones españolas que llevan ya algunos años dedicadas al estudio del exilio español en México, como es el caso del Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) de la Universidad Autónoma de Barcelona, que dirige el Dr. Manuel Aznar, y el Centro Generación del ’27 de Málaga, España, que dirige el Dr. Julio Neira.
Sin embargo, la experiencia más interesante y conmovedora para mí, ha sido la de conocer personalmente a muchos de ellos: Juan Rejano, Luis Rius, César Rodríguez Chicharro, Tomás Segovia, Adolfo Sánchez Vázquez y tantos otros, y acercarnos a través de su testimonio vivo, no sólo a la revelación cruda de su tragedia, cuyos años de exilio representan muchas vidas, muchos caminos de caídas y pérdidas, de desilusiones y nostalgias, aunque al mismo tiempo de salvación y esperanzas, sino también a un esplendor creativo lleno de humanismo, a una riqueza literaria cargada de ideales y logros estéticos.
El exilio literario español forma parte ya de la historia de la literatura del México contemporáneo, no sólo porque su obra impresa fue, desde 1939, superior en calidad a la producida en la España franquista, sino porque supo incorporarse –a pesar del dolor por la tierra perdida- a un paisaje cultural nuevo y distinto. El Diccionario de escritores mexicanos. Siglo XX mediante su aportación bibliográfica da cuenta de ello, no sólo como mero rescate, en el ámbito de la bibliografía, sino también, como un merecido homenaje a su extraordinaria obra.
MARÍA AURORA SÁNCHEZ REBOLLEDO. Centro de Estudios Literarios, Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM
Una característica sobresaliente de la composición del exilio español en México, es el gran número de intelectuales que responde a la generosa hospitalidad del Gral. Lázaro Cárdenas y del pueblo mexicano, con su valiosa y enriquecedora aportación a la cultura nacional. Ciertamente muchos de ellos -los mayores- llegaban ya con una trayectoria intelectual destacada y una obra consolidada, que no sólo continuaron en el país que les dio cobijo, sino que además contribuyeron activamente a enriquecer el panorama cultural mexicano.
Figuras literarias como Manuel Altolaguirre, José Bergamín, Luis Cernuda, Ernestina de Champourcín, Emilio Prados, Juan Rejano, entre otros, se incorporaron a diversas plataformas culturales del país, tanto en revistas (Taller, Romance, Letras de México, Cuadernos Americanos, El Hijo Pródigo) como en editoriales o instituciones educativas, en las que mexicanos y españoles colaboraron conjuntamente. Los más jóvenes, después de un complicado periodo de adaptación, inician y consolidan su actividad creativa e intelectual, que se verá reflejada en una vastísima producción de gran calidad literaria. A este grupo pertenecen -entre otros- Manuel Andujar, Max Aub, José Herrera Petere, Adolfo Sánchez Vázquez y Paco Ignacio Taibo I., quienes realizaron en México prácticamente toda su obra, y se integraron a diversas actividades académicas y culturales del país. Por último, hay también un grupo de escritores que constituyen la llamada “Segunda Generación”: se trata de hijos de exiliados que llegaron a México siendo niños y que se encontraban en la paradójica situación de no sentirse plenamente españoles ni plenamente integrados a la tierra mexicana, esperando un regreso que tardaría mucho en poder ser efectivo. Entre ellos destacan César Rodríguez Chicharro, Luis Rius, Federico Patán, Tomás Segovia, Ramón Xirau y muchos más, cuya contribución brillante en diversas disciplinas, ha dejado muestras evidentes de su trabajo y profesionalismo en el plano universitario, cultural y humano.
El tema del exilio español republicano, cuenta ya con una bibliografía importante que comprende desde síntesis o interpretaciones generales, hasta aspectos particulares (la poesía, la novela, el teatro, el ensayo), o bien, estudios monográficos sobre determinados autores. El valor de un diccionario, cualquiera que sea el campo del saber que pretenda cubrir, es ante todo informativo. Y, en este sentido, el Diccionario de escritores mexicanos. Siglo XX ha contribuido con su aportación bibliohemerográfica a enriquecer la información sobre los autores españoles exiliados en México. Muchos de ellos -como anteriormente señalamos- no sólo radicaron definitivamente en México, sino que además aquí produjeron su obra intelectual, razón por la cual los hemos considerado dentro de nuestro Diccionario, como autores pertenecientes, sin lugar a dudas, al panorama literario y cultural mexicano. Sin embargo, cuando comenzamos la redacción del Diccionario, no fue una tarea fácil recabar datos precisos de muchos escritores exiliados, pues gran parte del material bibliohemerográfico se encontraba disperso, ya sea en revistas que fundaron ellos mismos, pero que eran difíciles de conseguir, o en algunas instituciones con las que tuvieron alguna relación, y en las que había que determinar con bastante exactitud dicho vínculo para obtener la información deseada. Las revistas literarias que los exiliados españoles publicaron en México, a partir de 1940, constituían un intento ambicioso de elaborar un amplio contenido temático con un notable diseño tipográfico. También los escritores españoles publicaban en revistas literarias mexicanas que los acogieron ampliamente; revistas como Letras de México, Taller, Rueca y El Hijo Pródigo, principalmente, fueron espacios dónde muchos de ellos expresaron, junto con los escritores mexicanos, sus vocaciones literarias. El Diccionario se ha abocado a la tarea de revisar minuciosamente, en la medida de lo posible, todas estas revistas en un afán de rescate hemerográfico y, por tanto, de reconstrucción histórica de espacios literarios tan relevantes como la revista Romance, España Peregrina, Ultramar, Litoral y Las Españas, y las revistas de los jóvenes españoles como Clavileño y Segrel, entre otras. A través de esta cuidadosa revisión se ha podido enriquecer la información bibliohemerográfica de cada uno de ellos, cuyos resultados han producido estudios de especialistas mexicanos y españoles, los cuales han viajado expresamente a México para, con ayuda del Diccionario, llevar a cabo sus investigaciones sobre el exilio literario.
Debido a la diversidad de géneros, tendencias y estilos que caracteriza a la vasta obra de nuestros escritores exiliados, es prácticamente imposible clasificarlos, pues el único criterio unificador de todos ellos, es el hecho de compartir tierra de exilio. Dada la dispersión en que se hallaban las noticias biográficas y críticas sobre algunos autores exiliados, esparcidas en obras de consulta de carácter general (Diccionarios, Antologías, Enciclopedias, etc.) como en publicaciones periódicas (diarios, suplementos, y revistas), nos vimos en la necesidad de hacer un búsqueda cotidiana de información para la elaboración de las fichas de autor. Sin embargo, mediante la clasificación de fichas bibliohemerográficas, el Diccionario ha logrado clasificar su obra de acuerdo con los siguientes criterios: alfabético, genérico y cronológico. El proceso de investigación es el mismo que se emplea para todos los escritores mexicanos incluidos en el Diccionario: revisión de libros y publicaciones periódicas para obtener información biográfica y bibliohemerográfica, búsqueda de información para realizar la síntesis biográfica y crítica, y lectura de algunas de sus obras y de fuentes secundarias para la redacción definitiva de cada ficha de autor. Ésta última se compone de biografía y características temáticas de la obra, bibliografía en orden alfabético de géneros (cuento, ensayo, novela, poesía, teatro y traducción), tanto en libros como en hemerografía y referencias críticas en orden alfabético de críticos y de escritores que escriben sobre el autor estudiado. Por otro lado, hemos acudido a las instituciones en las que muchos de ellos dejaron huella como el Ateneo Español, El Colegio de México, y el Fondo Eulalio Ferrer, para consultar sus acervos y ampliar nuestra información, así como para proporcionarles -a manera de intercambio- material inédito de reciente investigación. En este mismo sentido, hemos establecido contacto con instituciones españolas que llevan ya algunos años dedicadas al estudio del exilio español en México, como es el caso del Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) de la Universidad Autónoma de Barcelona, que dirige el Dr. Manuel Aznar, y el Centro Generación del ’27 de Málaga, España, que dirige el Dr. Julio Neira.
Sin embargo, la experiencia más interesante y conmovedora para mí, ha sido la de conocer personalmente a muchos de ellos: Juan Rejano, Luis Rius, César Rodríguez Chicharro, Tomás Segovia, Adolfo Sánchez Vázquez y tantos otros, y acercarnos a través de su testimonio vivo, no sólo a la revelación cruda de su tragedia, cuyos años de exilio representan muchas vidas, muchos caminos de caídas y pérdidas, de desilusiones y nostalgias, aunque al mismo tiempo de salvación y esperanzas, sino también a un esplendor creativo lleno de humanismo, a una riqueza literaria cargada de ideales y logros estéticos.
El exilio literario español forma parte ya de la historia de la literatura del México contemporáneo, no sólo porque su obra impresa fue, desde 1939, superior en calidad a la producida en la España franquista, sino porque supo incorporarse –a pesar del dolor por la tierra perdida- a un paisaje cultural nuevo y distinto. El Diccionario de escritores mexicanos. Siglo XX mediante su aportación bibliográfica da cuenta de ello, no sólo como mero rescate, en el ámbito de la bibliografía, sino también, como un merecido homenaje a su extraordinaria obra.
MARÍA AURORA SÁNCHEZ REBOLLEDO. Centro de Estudios Literarios, Instituto de Investigaciones Filológicas, UNAM
(Atención a Rafael Alberti, Manuel Altoaguirre, Max Aub)
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