domingo, 9 de noviembre de 2008

Algo de mujeres... (Contemporánea)

VIRGINIA WOOLF




Bloomsbury

En un sentido más estricto, el grupo de Bloomsbury también es el nombre dado a un conjunto de amigos que comenzó a reunirse alrededor de 1905 en Gordon Square 46, Bloomsbury, la casa de Vanessa Bell y Virginia Woolf (solteras en aquella fecha) y que llegó a ser el punto focal de inspiración para los más eminentes críticos, pensadores, artistas y científicos ingleses de este siglo y para algunos de los más relevantes escritores contemporáneos.

Camilo Marks

No pido nada mejor de los críticos que ellos me llamen para siempre y en todas partes una intelectual”, escribió burlonamente Virginia Woolf. Y agregó: “Si quieren añadir Bloomsbury, WC1, pues bien, ésa es la dirección postal correcta. Pero si un crítico se atreve a insinuar que vivo en South Kensington, me querellaré en su contra por injurias”. Bloomsbury WC1 es, en efecto, un distrito postal de Londres, mucho menos elegante y lujoso de los que siempre ha sido Kensington y abarca un área de grises casas georgianas, calles rectas, largas terrazas y plazas arboladas, pubs, restoranes, pequeñas editoriales y librerías especializadas alrededor del imponente edificio neoclásico del Museo Británico y las construcciones universitarias de Senate House. Pero ese nombre, tal como lo dan a entender las palabras de la escritora, también quería decir mucho más. En primer lugar, fue un clima cultural, una agrupación social e intelectual que desafió a su época, definió y enfatizó el espíritu del arte y tuvo un impacto masivo en la cultura, las letras, la ciencia, la moda y las costumbres de las Inglaterra contemporánea. En un sentido más estricto, el grupo de Bloomsbury también es el nombre dado a un conjunto de amigos que comenzó a reunirse alrededor de 1905 en Gordon Square 46, Bloomsbury, la casa de Vanessa Bell y Virginia Woolf (solteras en aquella fecha) y que llegó a ser el punto focal de inspiración para los más eminentes críticos, pensadores, artistas y científicos ingleses de este siglo y para algunos de los más relevantes escritores contemporáneos. Atacados –F. R. Leváis los acusó de diletantes—, odiados o idolatrados, los “bloomsberries”, como se les bautizó satíricamente, sobrevivieron a la Primera Guerra, se dispersaron, volvieron a reunirse y dejaron de existir en su forma original a comienzos de la década de 1930, desapareciendo a favor del público tras la muerte de Virginia Woolf en medio de la Segunda Guerra Mundial. Pero el extraordinario número de personas talentosas o geniales asociado a Bloomsbury volvió a surgir en popularidad a fines del los sesenta, sobre todo en el feminismo, los estudios críticos y el auge de las biografías; fue precisamente el estudio sobre la vida de Lytton Strachey, de Michael Holroyd (1967—68) que también reexaminó la vida y obra de la pintora Dora Carrington, compañera de Strachey, el punto de partida del actual furor mundial de las biografías y de Bloomsbury.

El pequeño barrio que dio nombre al grupo se expandía mucho más allá de sus límites geográficos. Era un estilo, un club de clubes, un tono de voz, una casta social, una pasión por la inteligencia, una propensión hacia la belleza y la verdad, una elite narcisista, aun cuando fuesen todos esencialmente independientes de espíritu. Era elevadamente británico, más antiinsular y en extremo cosmopolita. Representaba lo que era posvictoriano, experimental, moderno no solamente es la pintura y la escritura, sino también en filosofía, política, economía, decoración de interiores y vida sexual. Era también una telaraña de relaciones familiares, intrincadas amistades, complicadas ligazones sentimentales y disimulado o abierto snobismo. Fue una campaña contra el establishment, una revuelta o rebelión consciente contra las restricciones artísticas, sociales y sexuales de la sociedad victoriana, pero con el tiempo el grupo de Bloomsbury llego a convertirse en otro establishment. Muy a menudo esta asociación de mentes libres y liberales se pareció a una pela familiar con hijos e hijas en guerra contra sus padres y sus madres. Ya dijimos que hubo quienes los amaron, quienes se alejaron y quienes los odiaron. Sin bloomsbury, empero, Inglaterra y el mundo nunca habrían tenido nada parecido a un movimiento modernista o parte del mejor arte y la mejor literatura de estos tiempos. Para entrar en el grupo de Bloomsbury o ser llamado un “Bloomsberry” era de gran ayuda haber estudiado en Cambridge ha comienzos del siglo y haber sido miembro de la Sociedad de los Apóstoles o la Sociedad de la Medianoche, como lo habían sido Tobías Stephen, Leonard Woolf (el socialista fabiano de origen judío, político, editor, filósofo y futuro marido de Virginia), E. M. Forster, Lytton Strachey y Clive Bell. Asimismo, podía haber ayudado mucho el haber estudiado con el filósofo G. E. Moore, cuyos Principia Ethica (1903) declaraban que, “desde todo punto de vista, lo más valioso del mundo son los placeres de las relaciones humanas y el goce de los objetos bellos, pues son ellos los que forman el fin racional y último del progreso social”. Por cierto, con el tiempo también fue indispensable estar imbuido en los Principia Matemática (1910—13) de Bertrand Russell, ya que tanto conocimiento científico y literario permitía impugnar todos los lugares comunes he ideas aceptadas con una irreverencia que dejaba al descubierto la debilidad y el fraude de las estructuras familiares y sociales de la era victoriana. Virginia Stephen (Woolf cuando se caó) no salió hijo hombre sino hija del gran crítico victoriano Sir Leslie Stephen y fue el único miembro de la familia que no llegó a Cambridge, lo que la indignó, aunque pensaba y se comportaba exactamente como si hubiese pasado toda su vida en esa universidad.

Cuando el padre murió en 1904, Virginia y sus hermanos, Vanessa, Tobías y Adrián, tuvieron que abandonar el elegante caserón de Kensington en que vivían para instalarse en un lugar casi venido a menos: 46 Gordon Square. En la vecindad vivían otros Bloomsberries: el crítico y autor de biografías Lytton Strachey, y el economista John Maynard Keynes, el pintor Duncan Grant. Todos los jueves la casa de los hermanos Stephen era el centro de discusión para aquellos que se interesaban en las ideas nuevas y en la estética que barrían con el mundo tradicional. En 1907, E. M. Forster publicó Una habitación con vistas (conocida en el cine como Un amor en Florencia) y Vanessa se casó con el teórico en arte Clive Bell, quedándose en la casa de Gordon Square. Virginia y Adrián se mudaron muy cerca, a 29 Fitzroy Square. Virginia pensaba que había heredado las dotes paternas y comenzó a colaborar como crítica literaria de Times Literary Suplement, pero ya tenía algunos bosquejos de El Viaje, su primera novela. E. M. Forster publicó Howards End (La Mansión Howards), retrato de una Inglaterra dividida entre empresarios o negociantes hombres e iluminadas intelectuales mujeres. Roger Fry, el crítico de arte organizado de eventos múltiples, montó una exhibición de pinturas francesas post-impresionistas de Ban Gogh, Cézanne, Picasso y Matisse que causó ira o entusiasmo incondicional entre los londinenses y marcó el principio de una nueva era de manifiestos y movimientos. Hasta el estallido de la Primera Guerra estos últimos se multiplicaron: el imaginismo de Ezra Pound, el impresionismo literario de Virginia Woolf y Dorothy Richardson, el vorticismo de Wyndham Lewis no fueron sino una pequeña parte de ese fervor intelectual llamado “un mundo que se abre” por Ford Madox Ford, otro de los principales en el grupo. Los filisteos, o sea, la gente vulgar y de cortos alcances que siempre rige en los gustos y la ideología, cayeron temporalmente en el desprestigio y triunfó la vanguardia. Virginia percibía una “Ficción moderna” y una nueva basada no en el trama sino en la conciencia y Pound creía en una nueva clase de poesía fundada en el verso libre. El matrimonio de Virginia con Leonard Woolf en 1912 posiblemente significó la consagración de Bloomsbury. En 1913 D. H. Lawrence publicó la polémica novela Hijos y amantes, Clive Bell anunció el nacimiento del arte formal y Wyndham Lewis fundó el centro de arte rebelde. Pero la Guerra dispersó al grupo. Después del primer intento de suicidio de Virginia, los Woolf Buscaron una vida más tranquila en Sussex, en la campiña iglesia (Henry James, Stephen Crane, Joseph Corad, Ford Madox Ford y Rudyard Kipling habían vivido en la misma zona). Vanessa, por entonces una reconocida pintora, se fue a vivir cerca con su marido Clive Bell; Duncan Grant, amante de Vanessa, se instaló con ellos; Lytton Strachey y Keynes fueron asiduos visitantes. Bloomsbury tuvo también grupos rivales, sobre todo el que giró en torno a la formidable lady Ottoline Morrell—“un galeón español repleto con monedas de oro”, en la descripción de Virginia— quien daba extravagantes fiestas, famosas por ser nidos de conspiración pacifista y socialista y fábricas de intrigas sexuales. Bertrand Russell, Strachey, Dora Carrington, los Bell y los Woolf fueron huéspedes obligados pero renuentes de Lady Ottoline hasta que emergio una nueva generación compuesta, entre otros, por Frieda y D. H. Lawrence, T. S. Eliot y Aldous Huxley. Como ocurría con casi todo en Bloomsbury, el excéntrico clima social y sexual pronto ingresó en la literatura. La mansión de Lady Ottoline pasó a ser el “paisaje amarillento, arrugado y tornasolado” de Los escándalos de Crome, la primera novela de Aldous Huxley, en la que figuran como personajes Dora Carrington y Russell. También es ahí un personaje central Lady Ottoline, pero en realidad ella ya había adquirido cartas de su ciudadanía literaria como la Hermione Roddice de Mujeres apasionadas (1920), el vitalista ataque de D. H. Lawrence contra la esterilidad de la cultura moderna.




Los años 20 vieron el triunfo de Bloomsbury y el espíritu moderno. Los Woolf fundaron Hogarth Press, que imprimió todas las obras de Virginia así como el libro considerado actualmente un pilar de la poesía contemporánea —La tierra baldia, de T. S. Eliot— y una infinidad de textos que ya son clásicos. En 1924 regresaron a Londres y no renunciaron al sector se Bloomsbury, siendo su nueva dirección 52 Tavistock Square (hoy el hotel Tavistock). El subterráneo de la casa lo ocupaba la editorial y Virginia nunca fue más feliz, como lo refleja en su diario: “Londres, eres una joya entre las joyas, un jaspe jovial de música, conversaciones, amistad, vistas urbanas, publicaciones y editoriales, algo crucial e inexplicable, todo esto se halla en mi alcance como no lo había sido desde agosto de 1913”. La alegría se volcó en la nueva novela: La señora dalloway (1925). Ese libro, así como Alfaro (1927) y Las olas (1931) convierten a Virginia Woolf en una visionaria que abrió nuevos rumbos en el género de la ficción narrativa. Para ella “todo constituye el tema propio de la novela”, pues “la vida no es una serie de lámparas puestas sistemáticamente; la vida es una halo luminoso, una envoltura semitransparente que nos rodea desde el nacimiento de nuestra conciencia hasta el fin”. Bloomsbury ya no era sólo amistad y actitudes sino literatura. Pero las relaciones personales siguieron funcionando, especialmente cuando Virginia conoció, en 1922, Vita Sackville—West, esposa del diplomático Harold Nicolson, la mujer que inspiro Orlando (1931) y con quien mantuvo una relación sentimental. Todo esto y mucho más desapareció con la guerra más horrible que a conducido el mundo, pero afortunadamente algo renació tres décadas más tarde. Gran parte de Londres fue destruida con los bombardeos, incluido la mayoría de las casas del barrio de Bloomsbury, como la que llevaba el número 52 de Tavistock Square. La invasión alemana parecía inminente (recordemos que Leonard Woolf era Judío) y la Guerra Civil española –en la que se alistó, del lado republicano, Quentin Bell, sobrino y futuro biógrafo de Virginia— había arrasado con las esperanzas de liberales y socialistas. Virginia, destrozada por todo eso y además por la muerte de James Joyce, sintió que la locura se apoderaba nuevamente de ella. El 28 de marzo de 1941 escribió dos cartas, llenó sus bolsillos con piedras y se internó en el río Ousa. Varios días después encontraron su cuerpo. Su muerte significó, en apariencia, el fin definitivo de Bloomsbury. Pero su obra y ese grupo son hoy considerados uno de los logros literarios mayores de nuestra época.
Algunos títulos del grupo Bloomsbury


1910—E. M. Forster, Howards End.
1911—Katherine Mansfield, En una pension alemana.
1913—D. H. Lawrence, Hijos y amantes.
1915—D. H. Lawrence, El arcoiris.
1915—Virginia Woolf, El viaje.
1915—Dorothy Richardson, Peregrinaje.
1918—Wyndham Lewis, Tarr.
1919—Virginia Woolf, Noche y día.
1920—D. H. Lawrence, Mujeres apasionadas.
1921—Aldous Huxley, Los escándalos de Crome.
1922—Virginia Woolf, El cuarto de Jacob.
1922—Katherine Mansfield, El garden party
1923—T. S. Eliot, La tierra baldía.
1924—E. M. Forster, Un viaje a la india.
1925—Virginia Woolf, La señora Dalloway
1925—Aldous Huxley, Esas hojas estériles.
1927—Vieginia Woolf, Al faro.
1928—D. H. Lawrence, El amante de Lady Chaterley.
1928—Virginia Woolf, Orlando.
1928—Aldous Huxley, Contrapuntos.
1929—Virginia Woolf, Un cuarto propio.
1930—Vita Sackville—West, Los Eduardinos.
1931—Virginia Woolf, Las olas.
1931—Vita Sackville—West, Pasión Gastada.
1937—Virginia Woolf, Los años.
1941—Virginis Woolf, Entreacto.


(La Época)
SIMONE DE BEAUVOIR





Nació en París en 9 de enero de 1908, en el seno de una familia acomodada. Fue hija del abogado Georges de Beauvoir y de Françoise de Brasseur. Simone y su hermana Helène recibieron una educación burguesa asentada en los valores de la religión católica. Su padre, cuya vida se debatió siempre entre la vieja aristocracia de Saint-Germain y la burguesía, en realidad no perteneció a ninguna de las dos clases, hecho que condicionó sin duda su postura y relación con el mundo. Pese a que pudiera parecer un librepensador en materia de religión, sus ideas políticas eran afines a las de la extrema derecha. Se opuso al sufragio universal, y, por prejuicios aristocráticos, también a la República. Por su parte Françoise, la madre de Simone, defendió siempre los valores que le inculcaron sus padres: un profundo sentido del puritanismo, el rechazo de todo materialismo y la creencia en la fe como fuente de alimento de la existencia.
Georges de Beauvoir no tuvo suerte en los negocios, sobre todo debido a su irresponsable suegro (un banquero y especulador de Verdún que terminó en la cárcel), que lo instigó a participar en empresas arriesgadas que terminaron por conducirlo a la ruina. Esa fue la razón por la que, en 1919, los Beauvoir se vieron obligados a abandonar su domicilio en el barrio de Montparnasse para instalarse en un pisito de la calle Rennes, húmedo y poco luminoso, sin ascensor ni agua corriente. Simone y Helène tuvieron que compartir habitación, y además a los Beauvoir no les quedó más remedio que prescindir del servicio, algo realmente impensable en los círculos burgueses de la época. El padre de Simone, para hacer frente a su grave situación económica, encontró trabajo como vendedor de publicidad en un periódico. Sus aspiraciones aristocráticas pronto se desvanecieron y su desprecio por los pobres era cada día más evidente, probablemente porque él se había convertido en uno de ellos, Atrás quedaron los canódromos, teatros, salones y cafés, solo el resentimiento y la insatisfacción ocupaban un lugar en su mente. Frecuentaba los burdeles de la ciudad y regresaba a casa a altas horas de la madrugada apestando a alcohol. Françoise de Brasseur, por su parte, siguió desempeñando el papel de buena y comprensiva esposa, aunque su carácter evidentemente terrminó también por resentirse de esa otra vida que su marido llevaba, por lo que las peleas entre ambos se hicieron cada vez más frecuentes.

La infancia y adolescencia de Simone y Helène estuvieron desde un principio determinadas por los convencionalismo sociales y morales sustentados sobre una férrea moral cristiana. Sin embargo, la joven Simone no tardó demasiado en interesarse por la lectura y la cultura en general, esa cultura que la llevaría más tarde a erigirse como una de las intelectuales más comprometidas y activas de la Francia de mediados del siglo XX.

La Sorbona y Jean-Paul Sartre
En 1927, Simone de Beauvoir se licenció en Filosofía en la Sorbona. Allí conoció a Jean-Paul Sartre, en hombre con el que iniciaría una relación que, salvo breves interrupciones, iba a durar prácticamente toda su vida. "Sartre correspondía exactamente al compañero con el que yo había soñado desde los 15 años. Era el doble en quien encontraba, incandescentes, todas mis manías. Siempre podía compartirlo todo con él", escribió en Memorias de una joven formal.. Sartre, desde un principio, la llamó Castor, y (como dijo en más de una ocasión) de ella le gustó que tenía la inteligencia de un hombre y la sensibilidad de una mujer (sic). Simone hacía tiempo ya que se había independizado, que había abandonado para siempre el hogar familiar. Estaba entusiasmada con su libertad.
Se incorporó al círculo de Sartre, al tiempo que enseñaba Filosofía en distintos lugares de Francia, como Ruán, Marsella o París.. Entre 1941 y 1943 fue profesora en la Sorbona. Sin embargo, su carrera se vio truncada cuando se produjo la ocupación alemana de París a causa de la Segunda Guerra Mundial; entonces decidió abandonar la docencia para dedicarse por entero a escribir. Durante ese período, Simone formó parte de la Resistencia francesa y escribió su primera novela, La invitada (1943), donde abordó la ideología existencialista de la libertad y la responsabilidad individual, que volvería a aflorar posteriormente en novelas como La sangre de los otros (1944) y Los Mandarines (1954).

El existencialismo: inyección de vida

Terminada la guerra, Simone comenzó a colaborar con Sartre en la revista Les Temps Modernes (1945), de la que el filósofo fue fundador y director. Los postguerra abría una brecha por la que fluyeron nuevas ideas capaces de poder representar a una juventud también distinta. El existencialismo, término acuñado por el filósofo Gabriel Marcel (1889-1973), fue la corriente intelectual que, alejada de la filosofía tradicional, estaba en condiciones de ir más allá de sus propia teorías y convertirse en un modo de vida, porque ofrecía una nueva ética a esa Francia que había quedado escindida por la guerra. El existencialismo fue el paradigma de la libertad que rompió finalmente con los valores del pasado. La lucha tenía, por fin, un sentido. En su ensayo Por una moral de la ambigüedad (1947), Simone de Beauvoir dice: "El hombre no es ni una piedra ni una planta, y no puede justificarse a sí mismo por su mera presencia en el mundo. El hombre es hombre solo por su negación a permanecer pasivo, por el impulso que lo proyecta desde el presente hacia el futuro y lo dirige hacía cosas con el propósito de dominarlas y darles forma. Para el hombre, existir significa remodelar la existencia. Vivir es la voluntad de vivir".

Esa aspiración de lucha por la libertad constituye uno de los principales postulados del existencialismo. Sin embargo, es sabido que el camino de la libertad es arduo y costoso. De lo que se trataba era de sostener que la vida carece de sentido, es vacía y absurda, y el hombre solo puede otorgarle un significado a través de la acción. No obstante, a diferencia de Sartre, que con el existencialismo articuló un completo sistema filosófico, Beauvoir se valió de él para escribir un par de ensayos y algunos artículos, pero nada más. Para ella ensayo y novela no debían estar separados. El existencialismo era una filosofía de la libertad, el portador de una nueva ética tanto en el ámbito público como en el privado, una filosofía del esfuerzo, que une al mundo y al individuo y que sostiene que la liberación del hombre no puede hallarse en el egoísmo, aunque tampoco debe ser ilusoria. "El hombre es libre: pero su libertad solo es real y concreta en la medida en que está comprometida, es decir, solo si tiende hacia un objetivo y trata de realizar algún cambio en el mundo", afirmó Beauvoir. A través de Les Temps Modernes (que durante más de veinticinco años se convirtió en uno de los principales iconos de la vida intelectual francesa), Sartre y Beauvoir defendieron sus tesis. Y fue allí donde Simone publicó también los primeros capítulos de El segundo sexo.

La lucha feminista

El segundo sexo se publicó en 1949. Se trata del ensayo feminista más importante del siglo XX. En esta piedra angular del feminismo, la autora analiza, desde una perspectiva histórica, social y filosófica, la condición de las mujeres en las sociedades occidentales. El segundo sexo está dividido en cuatro partes: en la primera, Beauvoir examina lo femenino desde el punto de vista de la ciencia; en la segunda, reflexiona sobre el tema desde la perspectiva de la historia, en la que la mujer ha sido siempre una presencia-ausencia (salvo algunas excepciones, la mujer ha sido lo que el hombre ha querido que fuera); en el tercer apartado, estudia los mitos femeninos más antiguos y llega hasta la imagen de la mujer creada por la literatura; la cuarta parte, y última, es una reflexión sobre la vivencia femenina en las diferentes edades de la vida, de la infancia a la vejez. El segundo sexo es un tour de force, un extraordinario ensayo sobre los determinantes históricos y psicológicos de la condición femenina. De esta obra se vendieron 22.000 ejemplares en una semana. Simone de Beauvoir alcanzó una enorme popularidad. Algunos aprovecharon la ocasión para tacharla de neurótica, frígida, reprimida y frustrada, de mujer envidiosa y amargada, al tiempo que ella no dejaba de recibir cartas y cartas de mujeres de todo el mundo expresándole su apoyo y satisfacción. Esta obra marca un antes y un después en la historia del feminismo.. Su vigencia se debe sobre todo a la amplitud con la que Beauvoir se enfrentó al texto, a su concepción igualitaria de los seres humanos y al análisis totalizador que realiza de la concepción femenina en Occidente desde diferentes ámbitos (histórico, psicológico, ontológico, científico, mitológico y sociológico).
Nelson Algren y Sartre (de nuevo)

En 1947, Simone viajó a Estados Unidos para dar unas conferencias. En Chicago conoció al escritor norteamericano Nelson Algren, con el que iniciaría una relación que iba a durar hasta 1964. Cuando Simone conoció a Nelson, Sartre mantenía un romance con la actriz Dolores Vanetti (una más de su larga serie de conquistas), lo que había sumido a Simone en un estado de profunda inquietud. Nelson Algren apareció en el momento adecuado. Las cartas que le escribió Simone a lo largo de varios años (más de seiscientas páginas de correspondencia) ponen de manifiesto una pasión amorosa sin precedentes, que duró al menos cinco años, antes de que se transformara en amistad para acabar, por último, en una sartra de reproches y recriminaciones.

Simone se enamoró de Algren, sin embargo su amor no fue tan fuerte como para dejar a Sartre, tal como le suplicaba Algren que hiciera. El escritor norteamericano detestaba la dependencia que tenía Simone de Sartre. Pese a que ella intentara en vano explicárselo en más de una ocasión ("No podría ser la Simone que amas si pudiese abandonar mi vida con Sartre"), Algre, decepcionado, optó por poner fin a la relación. Cuenta Lisa Appignanesi en Simone de Beauvoir que el tema del amor fue una de las principales preocupaciones en la obra de la escritora: "Es la evocación de las mujeres enamoradas, infelizmente enamoradas, lo que da a sus libros su verdadera vitalidad".

En los años 50 y 60, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre se habían convertido en los embajadores intelectuales de la izquierda, en una de las parejas públicas que gozaba de mayor popularidad, no solo en Francia sino en el mundo entero. Su postura política radical, sus artículos, sus conferencias, sus viajes y su apoyo incondicional a las causas justas contribuían diariamente a acrecentar su imagen de intelectuales comprometidos.

En 1950 Simone conoció al comunista Claude Lanzmann (que se había incorporado al Comité de Redacción de Les Temps Modernes) y, de pronto, volvió a despertarse en ella el amor. Tenía 42 años y apenas acababa de superar la depresión que le había acarreado la ruptura amorosa con Algren. Lanzmann era diecisiete años menor que ella, pero por primera vez Simone se comprometió en el proyecto de vivir con alguien. Con el joven Lanzmann, Simone se sentía de nuevo viva. Se sentía rejuvenecida, no le pesaba ya la edad y no volvió a padrecer crisis de ansiedad. En 1954, Los Mandarines mereció el Premio Goncourt, uno de los galardones más prestigiosos de Francia; la vida le volvía a sonreir. Sin embargo, ella temía de nuevo que Lanzmann se opusiera a su relación con Sartre. Por su parte, el filósofo, que había puesto fin a su relación con Dolores, seguia mantenientdo romances con otras mujeres. No obstante, su salud comenzabva a verse amenazada: las imprevistas subidas de presión sanguínea, su consumo desmesurado de alcohol y de drogas comenzaron a preocupar a Simone.

Una heroína

A los 48 años, la escritora francesa comenzó a escribir su autobiografía, Memorias de una joven formal, que se publicó en 1958. A esta primera entrega le siguieron otras tres: La fuerza de la edad (1960), La fuerza de las cosas (1963) y Final de cuentas (1972). Estos cuatro tomos se convirtieron en un modelo a seguir para muchas mujeres de la época. Simone de Beauvoir se erigía como la heroína de su propia obra, a la par que se convertía también en una figura admirada por sus lectoras. Ella era la mujer que había satisfecho sus aspiraciones, la mujer emancipada que había dado rienda suelta a sus anhelos y que había sido capaz de mantener un compromiso con sus propias responsabilidades.
En 1970 Simone publicó La Vejez, un ensayo en donde observa que los viejos son el resultado de una fracaso social; al igual que a los pobres, los inmigrantes o los enfermos mentales, la sociedad los ha convertido en una nueva clase de marginados. Desde la publicación de La Vejez, la escritora se consagró a cuidar a Sartre, su compañero enfermo, hasta que este murió, en 15 de abril de 1980. Un año después, Simone publico La ceremonia del adiós, un homenaje a su amigo fallecido que, junto con Una muerte muy dulce (donde relata el fallecimiento de su madre), constituye uno de los testimonios más lúcidos y afectivos de toda su narrativa. Simone murió el 14 de abril de 1986 en París, a las 16:00 horas, ocho horas antes de que se cumpliese el sexto aniversario de la muere del filósofo.
Mónica Monteys (este artículo apareció en el número 111 (junio de 2006) de la revista Que leer)




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